alcira_portadaEl universo histórico es una realidad de lucha y esfuerzo en la que no existen observadores inmóviles. Rodney Arismendi. La filosofía del marxismo y el señor Haya de la Torre. (1945)

Desde hace tiempo la Fundación acostumbra presentar a sus cooperadores esta memoria anual. Nunca la edición del Anuario ha sido más difícil. Debería ser una despedida y un homenaje, pero nos resistimos a que lo sea. La figura de Alcira ha estado inevitablemente presente en todo el proceso de elaboración de este material.

La Fundación Rodney Arismendi ocupó el centro de los últimos veinte años de su vida y a ella dedicó todo su esfuerzo e iniciativa. Si bien, ciertamente, hubo siempre un colectivo detrás de la actividad de la Fundación, ella era el cimiento y el elemento aglutinador que cohesionaba todo el edificio. Un lugar capaz de albergar a todos aquellos que se sintieran afines a sus propósitos y comprometidos con los valores que
defendía.

Este año, en que se cumple el 20º aniversario de la Fundación, es justo recordar los nombres de los compañeros que intervinieron en el acto inaugural y que ya se han ido: José Luis Massera, Jorge Luis Ornstein, José Pedro Díaz y Alba Roballo. Amigos de Rodney y Alcira de toda una vida, compañeros en el Frente Amplio, solidarios con los objetivos de esta casa.

Alcira fue maestra. La pedagogía fue su preocupación incesante, deja una importante obra escrita en la materia, con conceptos que sería bueno revisitar, en un momento en que el tema educativo ocupa el primer plano. Quiso la vida que su última intervención pública versase sobre educación, en el homenaje que le tributara el Consejo de Educación Primaria e Inicial, en el ámbito de una escuela emblemática como la Enriqueta Compte y Riqué. Esas palabras, con las de otros que participaron en ese acto, son recogidas en este Anuario.

Reconocida como la compañera de Rodney Arismendi, voluntariamente opacó su relevancia propia en la actividad política. Por eso es bueno recordarla. Desde su temprana juventud militó a favor de las causas populares y democráticas, en su Trinidad natal. Siempre evocó con emoción el movimiento de solidaridad con la República Española, de gran resonancia en la ciudad.

En 1946 define su orientación política afiliándose al Partido Comunista. Ese mismo año fue candidata al Concejo Departamental de Montevideo por la vieja lista 63 e integró el Comité Central por décadas. Compartiendo el concepto arismendiano de la función educadora y autoeducadora del Partido, con posterioridad al XVI Congreso su militancia y su preocupación pedagógica confluyeron en la organización de escuelas teóricopolíticas y de un equipo dedicado a esta tarea, así como a la selección de materiales y la elaboración de una metodología de estudio adecuada a personas de muy diversos niveles de formación académica.

La producción cultural, su promoción y extensión, la interesó profundamente. Integró la casi legendaria AIAPE, donde se vinculó con grandes personalidades del quehacer cultural uruguayo y latinoamericano, como Julio E. Suárez, Atahualpa Yupanqui, Atahualpa del Cioppo, Pablo Neruda. La Fundación asumió asimismo esos objetivos y realizó importantes jornadas culturales, en torno a diversas temáticas y difundiendo la obra de Nicolás Guillén, Juan Marinello, José Carlos Mariátegui, José Martí, José Enrique Rodó, Jesualdo, y muchos otros, con la generosa colaboración de destacados intelectuales de nuestro país y del exterior. Su postrer afán fue la repatriación de los restos de Armando González, muerto en el exilio. No pudo ver coronada esta lucha, que insumió varios años de incontables trámites, que ya ha logrado proyectarse en el renovado interés por la obra de este escultor, en particular, el monumento a Artigas, emplazado en la ciudad de ese nombre.

Al igual que Arismendi, nunca quiso redactar sus memorias ni accedió a reclamos para publicar su biografía. Quizás porque tenía conciencia del falseamiento de la realidad que puede haber en los propios recuerdos, en cuanto generalizan lo que es una mirada parcial del acontecer. Quizás por discreción, por no asumir protagonismos. Y también, porque redactar memorias viene a ser una clausura de la propia actividad, un balance del pasado, y ella estaba haciendo, incesantemente. A los 96 años estaba llena de proyectos.

Alcira vivió una larga y fecunda vida. Dejó una herencia innegable, construyó para el futuro. En nosotros, todos los cooperadores y amigos de la Fundación, está el continuar su obra, no con un afán conservacionista o museístico, que no habría deseado, sino proseguir trabajando para que produzca nuevas cosechas.